El final de la preciosa historia de amor que nos contaron en la tercera temporada de "Amar en Tiempos Revueltos", nos dejó con la miel en los labios y no pudimos disfrutar de los dulces momentos que sin duda pasaron Álvaro y Alicia, después de su última aparición.
Ello ha sido lo que ha llevado a Mariarm y Fanálvaro a imaginar lo que bien pudo suceder después. Así pues, han mandado a Álvaro y Alicia de luna de miel a través de un relato que narra su historia pasada al tiempo que los muestra tal y como tod@s l@s alvaristas hubiéramos deseado verlos en la serie.





Fanálvaro, escribe:

Siguen fuertemente abrazados llorando de felicidad, acompasadamente, estrechándose cada vez más…al fin son uno solo, una emoción, un sentimiento.
Ella ha hundido su rostro en él…y él se ha perdido entre sus cabellos.
Acariciándola suavemente le acerca las manos a la cara, para levantarla despacio, muy despacio, buscando su mirada…y así adivinar qué siente su corazón. Rozando levemente sus mejillas, le seca las lágrimas. Ella le sigue. Acariciándose, sin dejar de mirarse… y sin dejar de llorar, comienzan a sonreír.
Él le sostiene la cara con las dos manos y la delicadeza de quien alberga un pequeño nido entre ellas. La emoción es aún intensa. Suspirando profundamente, siguen secándose las lágrimas, sin dejar de mirarse…ella le brinda la mejor de las sonrisas y él es feliz…
Porque su angustia y su tristeza son ahora felicidad.
Porque aquel sueño imposible no ha querido quedarse en el mundo de los sueños.
Y porque aquel corazón hecho añicos late ahora como nunca.


Capítul0 1
Mariarm escribe:

Álvaro suspiró cuando definitivamente franquearon la aduana. Aún le flaqueaban las piernas y Alicia también respiró más tranquila. Atrás habían quedado las miradas inquisidoras del guardia mientras examinaba una y otra vez los pasaportes... Finalmente se encontraban dentro del tren y siguiendo las indicaciones del empleado de ferrocarriles se instalaron en su compartimiento. Ella le miró con una sonrisa plácida y tranquila pero a la vez de emoción contenida...recordaba la despedida de Doña Marcela y del niño en la estación de Madrid.
-Disfrutad- les había dicho la mujer y el niño les pidió que le trajesen algún regalo...
Álvaro instaló el equipaje que llevaban mientras recordaba como tres semanas antes, se encontraba en su despacho intentando estudiar, ya que había decidido tomarse muy en serio preparar la cátedra de derecho, y en tanto que intentaba concentrarse en la lectura, oía las voces que venían de la cocina, una animada conversación entre su mujer, su madre y su hijo, mezclada con el ruido de platos y cazuelas. Sonrió. La alegría había vuelto a aquella casa después de tanto tiempo y tantas incertidumbres.
Veía a su mujer tranquila, contenta, con aquella paz que emanaba y lo impregnaba todo, que transmitía a los demás.
Fue entonces cuando pensó en marcharse unos días los dos solos, y sospesó la posibilidad de atreverse ir a París. Ella sería sumamente feliz de volver a pasear por sus calles y avenidas.

Días después, Álvaro leía el periódico en la mesa del comedor. Estaba concentrado en la lectura por lo que no se percató de que Alicia se le acercaba por la espalda y se sorprendió cuando ella, rodeándolo con sus brazos posó su mejilla en la de él.
-¿Es muy interesante eso que lees?
-En realidad, no. Leo por costumbre, por desgracia en este país, la prensa no dice casi nunca la verdad.
Entonces dobló el diario y miró a su mujer.
-Alicia ¿qué te parecería si nos fuéramos unos días? Solos, tú y yo. ¿No crees que lo merecemos?
Ella lo miró emocionada. Aunque era muy feliz en aquella casa, la posibilidad de hacer algo diferente durante unos días y estar a solas con Álvaro le encantó.
-¿Qué te parece si nos vamos a París?- dijo él.
Alicia no se acababa de creer semejante propuesta y, por unos segundos, pensó en Fernando. En que no hacía muchos días, ella creía que su futuro más inmediato estaba en aquella ciudad, al lado de otro hombre, así que en un primer momento se sintió desconcertada. No obstante su marido sonreía.

La noche antes de partir, ella, muy acurrucada junto a él, le contaba que le hacía especialmente feliz enseñarle todos los rincones que conocía de París, presentarle los amigos de su padre, pasear por las orillas del Sena, y entre otras muchas cosas, sentarse en una de sus terrazas. Quería mostrarle aquella ciudad tan viva en la que se respiraba libertad, la ciudad de la luz, la llamaban. Álvaro, en su interior, ponía imágenes a las palabras de Alicia que, emocionada, ya lo guiaba por sus calles.

Fanálvaro escribe:
Como de costumbre, Alicia se durmió en sus brazos mientras él la acariciaba en silencio. Le gustaba velar su sueño y tan sólo conciliaba el suyo si ella dormía plácidamente. Pero aquella era una noche especial y Álvaro no lo conseguía. Para él, el viaje a París representaba algo más que una simple luna de miel. Tenía que ser, además, la prueba definitiva para superar los fantasmas que le angustiaban.
Aún podía sentir en su interior el vuelco que dio su corazón cuando, por la tarde, ella abrió la maleta que acababan de bajar de lo alto del armario y apareció la gorra que Fernando le había dado al despedirse. Alicia, que también se había quedado sorprendida del hallazgo, se apresuró a decir que no recordaba que estuviese allí ya que no había vuelto a pensar en ella y enseguida corrió a tirarla.
París era la amada ciudad de su mujer pero también era el lugar donde vivía el hombre del que ella estuvo enamorada y del cual Álvaro se había sentido muy celoso. Hacía tan sólo un mes estaba dispuesto a llevarla allí para que se reencontrase con él, tal como les había prometido y no había olvidado el sacrificio y el sufrimiento que le había supuesto dicho compromiso.
Ahora todo había cambiado y sentía la necesidad de brindarle la posibilidad de hacer todas aquellas cosas que había soñado cuando planeaba su escapada con Fernando. Para que así le olvidase del todo, y que cuando en un futuro pensase en París, lo hiciera recordando los días que estaba a punto de pasar en su compañía. Siempre había pensado que la ilusión de regresar a su ciudad era una de las cosas que había influido en Alicia cuando tomó la decisión de huir con él.
Le aliviaba el hecho de que cuando le propuso el viaje, ella, en ningún momento había expresado la voluntad de volverle a ver y, además, no le había nombrado hasta aquella misma tarde, cuando encontró su gorra. Pero aquel hombre estaba allí, y aún sabiendo que era casi imposible encontrárselo, era algo que le preocupaba y no le dejaba dormir.


Mariarm escribe:

Qué larga fue esa noche. Casi despuntaba el alba y seguía sintiéndose inquieto. Aunque contemplando dormir tan plácidamente a su mujer, se preguntó si no se estaría preocupando más de lo necesario y la estrechó un poco más contra su cuerpo para sentirla aún más cerca, si cabía. Ella se removió ligeramente con un gesto de placer y bienestar que acabó de tranquilizar a Álvaro.
-Amor mío…- le susurró. Alicia, inconscientemente puso la mano sobre su pecho y continuó durmiendo.
Con la primera luz del día, recordó el tiempo transcurrido desde aquella intensa noche de discusiones que derivó en verdadera pasión y les condujo a aquel inmenso placer, como sólo podía suceder después de tanto deseo contenido por el anhelo de caricias albergado en su interior durante tantos meses y tras tantos acontecimientos.
- Cuánto te quiero, Alicia…- volvió a susurrar cuidándose de no despertarla.
En su insomnio, repasaba mentalmente cómo había cambiado su vida desde que ella se hizo presente en cada rincón de la casa, en la disposición de los objetos, en la ilusión que ponía en todo lo que hacía. Pensó que no podría soportar otra ausencia, y ante tal posibilidad, concluyó que sería insoportable despertar sin ella.
No tan sólo él no podría soportar su ausencia, tampoco su madre, feliz de verlos bien y satisfecha de contar con otra presencia femenina en la casa con la que poder compartir conversaciones y gestos cotidianos. Y tampoco podría soportarlo su hijo, encariñado como estaba con Alicia y en la que había encontrado una madre tras la terrible pérdida que supuso la repentina muerte de Verónica.
No, no podría superar otra ausencia, se decía, y decidió alejar tan inquietantes pensamientos. Se incorporó un poco sobre ella, para mirarla muy de cerca y la besó en los labios.
- Álvaro - dijo Alicia al despertar.


Fanálvaro escribe:

Entre las ansias por llegar y el traqueteo del tren, Alicia no acababa de concentrarse en la novela que sostenía sobre su regazo. Al levantar la vista, vio que Álvaro se había quedado dormido mientras también intentaba leer. Con sumo cuidado, tomó el libro que había quedado en sus manos y le puso un improvisado cojín en el hombro para que apoyara la cabeza. Él abrió los ojos.
- Shhh!...Duerme cariño, todavía queda mucho camino - le susurro Alicia al oído, antes de darle un cálido beso en la mejilla.
Mientras Álvaro recuperaba las horas de sueño perdidas en su desvelo de la noche anterior, ella contemplaba pensativa aquellos mismos parajes que un año y medio antes había recorrido dirección a Madrid. Iba en compañía de su padre, a empezar una nueva vida. Entonces le invadía una turbadora sensación provocada por una mezcla de ilusión y temor por todas las novedades que le esperaban y de tristeza por tener que abandonar todo lo que tanto echaría de menos.
En aquellos momentos, Alicia desconocía que el verdadero motivo por el que su padre había decidido volver a instalarse en Madrid, después de tantos años de exilio, era que estaba aquejado de una grave enfermedad coronaria y quería dejarla al cuidado de sus tíos. Su madre había muerto en un bombardeo durante la Guerra Civil Española y Alicia iba a quedarse huérfana con apenas dieciocho años.
Nunca hubiese imaginado que en tan poco tiempo iba a cambiar tanto su vida. Se había marchado de París en compañía de su padre y ahora regresaba con su esposo.
Había pedido a la luna poder vivir su amor con Fernando y ésta, simplemente le había abierto los ojos para que viera que a quien verdaderamente quería era a Álvaro. ¡Qué sabia era la luna! Supo que con Fernando nunca habría sido tan feliz como lo era entonces y no quiso concederle su deseo. A cambio le dio el amor del hombre más bueno que jamás había conocido, aquel que con tanta generosidad se había casado con ella para que fuese libre ante la ley y así poder huir con su amante. Fue la mayor prueba de amor que le habría podido ofrecer y nunca dejaría de agradecérselo.
Pero no le quería sólo por eso, sino porque se sentía reconfortada con su presencia, con sus sabias palabras y sus consejos. Porque siempre la escuchaba y ayudaba. Porque admiraba su conocimiento y era noble y valiente. Y, además, cuando se encontraba entre sus brazos se sentía como en el mismo cielo.


Mariarm escribe:

Desde que el tren se adentró en la ciudad, miraban por la ventana con la atención centrada en aquel paisaje urbano que aparecía ante sus ojos, sus calles, su gente y aquel movimiento constante de vehículos y personas. Casi no se percataron de la llegada a su destino, por lo que al darse cuenta de ello, recogieron con rapidez el equipaje y se dispusieron a bajar del vagón. Se sentían cansados pero impacientes , ella por volver a ver a los viejos amigos y pasear por las calles que habían dejado tiempo atrás y él, por conocer aquella ciudad que tanto emocionaba a Alicia y por vivir un tiempo -por breve que fuera- lejos de la opresiva atmósfera de Madrid. Para él, las emociones también estaban muy presentes, en especial por la involuntaria presencia de Fernando en sus pensamientos.

Decidieron tomar un taxi que los trasladase al hotelito que habían reservado para su estancia en París. El vehículo se puso en camino mientras ambos saboreaban el bullicio de las calles y la alegría de la ciudad. Álvaro estaba impresionado y por unos momentos, olvidó sus preocupaciones y se dejó llevar por el entorno.
Sentados en la parte de atrás del coche, tomó la mano de su mujer y le dirigió una amplia sonrisa. Ella le correspondió abrazándole. Entonces oyeron como el taxista les indicaba que habían llegado a su destino.
Fanálvaro escribe:

El automóvil se había detenido en un lugar formado por unos pocos edificios de dos y tres plantas situados en círculo alrededor de una tranquila plazoleta del barrio de Montmartre, en el corazón de París. Álvaro observó un par de chiquillos jugando con unas peonzas y un grupo de ancianos conversando bajo la sombra de los árboles que protegían del sol en aquella calurosa mañana de agosto. Justo al lado de su hotel había una librería y, un poco más allá, una pastelería, de la que provenía, seguramente, ese dulce aroma que flotaba en el aire. Varias farolas rodeaban la plaza y el borboteo del agua de la fuente situada en el centro hacía más notable la sensación de tranquilidad.
El establecimiento, que poseía el mismo encanto que la plaza, era pequeño y acogedor. Unos toldos con amplias rayas blancas y azules enmarcaban la entrada principal y las dos ventanas que se encontraban a ambos lados.
Álvaro se sintió satisfecho al comprobar que el colega que le había recomendado donde hospedarse tenía razón.

- Un hotelito sencillo pero a la vez muy romántico, ideal para ir en compañía femenina. Me alegra saber que has rehecho tu vida, Álvaro- le comentaba por teléfono mientras éste anotaba el nombre y la dirección.
Habiendo vivido dos años en París, y con lo que le había llegado a contar, su amigo sabía lo que se decía, y podía confiar en él.

Siguiendo al joven que hacía a la vez las tareas de registro de los huéspedes y de mozo de maletas, subían las escaleras que les llevaban al segundo piso, donde se encontraba su habitación. Una vez arriba, el chico giró hacia la izquierda y anduvo hasta el final del pasillo, pero cuando iba a poner la llave en la cerradura, Álvaro le detuvo y dándole una propina lo despidió amablemente. Abrió y esperó a que desapareciera de su vista. Entonces, se volvió hacia su mujer, la tomó en brazos besándola apasionadamente mientras entraba en la habitación, y después de cerrar la puerta de un puntapié, la dejó caer muy suavemente sobre aquella amplia cama que les estaba aguardando.
El equipaje quedó olvidado en el pasillo durante un buen rato.
Alicia se estaba vistiendo mientras Álvaro todavía se duchaba en el baño que compartían con los huéspedes de las otras dos habitaciones que había en aquella ala del edificio.
Se sentía a gusto en aquella alcoba. La cama, colocada contra la pared del fondo, tenía una amplia ventana a cada lado y desde una de ellas se podía ver, imponiéndose sobre esa parte de la ciudad, la cúpula de la iglesia del Sacre Coeur.
Las paredes laterales, que seguían la pendiente del tejado, estaban ligeramente inclinadas y daban la sensación de querer abrazarla. El suelo, cubierto parcialmente por una alfombra, era de madera y crujía al caminar sobre él. Las cortinas y el cubrecama combinaban con la tapicería del cabezal, había cuadros de grabados antiguos y un jarrón con flores de todos los colores encima de la cómoda, pero sobre todo, había luz, mucha luz.

Mariarm escribe:

Cuando entró Álvaro, ella lo miró divertida. Las mangas de la camisa arremangadas y la ausencia de la acostumbrada corbata, le recordaron la primera vez que lo vio en los pasillos de la facultad. Aunque ahora llevaba el pelo algo alborotado ya que todavía no se había peinado y su aspecto era más informal de lo habitual en él. Sonrió satisfecha al verlo de aquella manera y se le acercó para arreglarle un poco el cabello con las manos. Él tomó sus mejillas y le dio un beso cariñoso. Estaba radiante, pensó Alicia, era como si la ciudad en la que se hallaban lo hubiese cambiado y de alguna forma le hubiese contagiado su luminosidad.
Álvaro se asomó a la ventana y ella se le acercó tomándole las manos, aquellas de dedos largos y de tacto suave que tan feliz la hacían cuando resbalaban por su cuerpo, entonces preguntó:
-¿Salimos?, ¿Qué quieres visitar primero, dónde quieres ir?
-Donde tú digas, ya sabes que te he nombrado mi embajadora honorífica particular, guíame.


Fanálvaro escribe:

Capítulo 2

Caminaban por la orilla del Sena buscando el muelle del cual salía aquel barco, que según les había explicado monsieur Duprée, habían botado a principios de verano y recorría París a lo largo del río. Era la nueva atracción turística de la ciudad ya que ofrecía al visitante la posibilidad de contemplarla desde una perspectiva diferente.
Jean Luc Duprée era el propietario del restaurante que Alicia había sugerido para su primera comida. Un humilde y entrañable lugar situado en el mismo barrio donde ella había vivido antes de volver a España. Lo conocía desde el día de su quinceavo cumpleaños y le traía buenos recuerdos. Duprée era un hombre muy afable y ella le tenía simpatía, pues siempre que volvían les recibía como si fuesen de la familia.
Tuvo una gran alegría al verla y, efectivamente, la recibió con besos y abrazos, pero enseguida quedó muy afectado al enterarse de la muerte de don Joaquín, que era como él se dirigía al padre de Alicia, el catedrático Joaquín Peña.
Mientras controlaba el ir y venir de sus empleados (su mujer y sus dos hijos), abrumados por el trabajo de servir tantas mesas como se habían ocupado ese día, Jean Luc estaba detrás de la barra, mirando, sin ningún disimulo hacia la mesa en la que, uno frente al otro, estaban sentados Álvaro y Alicia.
Recordaba perfectamente el día en que don Joaquín llevó a su hija a su restaurante para que degustase la que él mismo llamaba auténtica cocina parisiense. Ella estaba emocionada porque era su aniversario y sabía que su padre le había preparado alguna sorpresa y cuando vio salir de la cocina aquel pastel repleto de brillantes velitas, se le encendió el rostro y, llena de ilusión, se abalanzó sobre él para abrazarle.
Enseguida quedó prendado de aquella preciosa jovencita, de su sonrisa, su expresividad y alegría. Ahora la miraba y se preguntaba por qué se habría casado tan joven, y con un hombre bastante mayor que ella. Aunque, bien pensado, hacían buena pareja, y la veía encantada con él.
Se había convertido en toda una mujer y, sin embargo, era exactamente la misma que cuando la conoció.
- El propietario no nos quita ojo. ¿Te has fijado?- dijo muy bajito Álvaro acercándose a ella.
- Sí, me aprecia mucho y ha estado contento de volverme a ver. Ahora debe de estar tomando nota – y aún más bajito y más cerca de él, añadió - es encantador pero también muy cotilla.
- Cuando nos has presentado y le has dicho que estábamos casados, me ha dado un buen repaso. Te confieso que me he sentido como un aspirante a marido ante el primer examen de su suegro – Los dos comenzaron a reír. Estaban cada vez más juntos y se miraban fijamente. Observándoles, Duprée sintió una sana envidia y le llegaron a la memoria los días de noviazgo con la que ya hacía tanto tiempo era su esposa.
La pareja continuaba conversando animadamente.
- Y, ¿qué le contabas cuando asentía con la cabeza e iba diciendo “ah… oh”? – preguntó Álvaro que no había entendido nada de lo que su mujer le explicaba al dueño del establecimiento, puesto que sus escasas nociones de francés, no le permitían seguir una conversación.
- Le decía que nos conocimos en la Facultad de Derecho, donde yo estudiaba y tú eras uno de mis profesores. Y que tu admiración por mi padre, que a la vez, había sido profesor tuyo, hizo que comenzáramos una bonita amistad, y…
- ¿Y… qué más?
- Que eres una gran persona, y que me has ayudado muchísimo en todas las dificultades por las que he pasado este último año.
- ¿Ah sí? ¿Y nada más?- Álvaro se estaba divirtiendo con el interrogatorio y ella le siguió el juego.
- Pues también le he dicho que tienes cosquillas en los pies y que no te gustan los caracoles, pero sí, seducir jovencitas…- respondió con aire picarón.
- Querrás decir que me gusta que las jovencitas me seduzcan… ¿no? Pero sólo si se llaman Alicia y son tan preciosas y tan listas como tú.
- Tonto…- dijo ella y, graciosamente ruborizada, se echó hacia atrás para dejar espacio en la mesa al ver que uno de los chicos llegaba con los entrantes.



Mariarm escribe:

- Estás muy callado- dijo Alicia, rompiendo el silencio que se había producido desde que comenzaron a comer.
- Sí, tienes razón. Pensaba en este viaje, ha sido un paso importante para mí, como también lo han sido otras cosas que han sucedido y que he hecho en los últimos tiempos. Salir de Madrid y, sobre todo, poder hacerlo contigo, es un acontecimiento que ni remotamente hubiese imaginado no hace mucho. Mi vida ha estado siempre muy condicionada por la rutina, por las circunstancias, por el entorno y salir unos días de allí le ha abierto horizontes, aunque sólo sea mentalmente. Y te lo debo a ti, que me has impulsado a ello, aunque nuestros inicios de vida en común hayan sido algo extraños...

Estaban tomando café cuando Duprée se les acercó.
-¿Qué, cómo ha ido? ¿Habéis comido bien?
-Sí, muchas gracias, Jean Luc, aquí siempre se come bien- contestó Alicia.
-¿Y qué haréis ahora? ¡El día es espléndido!
-Álvaro proponía dar un paseo en el "bateau mouche" que usted nos ha recomendado y creo que es una buena idea, ya que él aún no conoce la ciudad y sería una buena manera de establecer un primer contacto, a parte de que nos encontramos aún cansados después de tantas horas de viaje.
-¡Muy bien chicos, aprovechad el buen tiempo!... ¡Ah!..Estáis invitados, he estado muy contento de volverte a ver Alicia, y también de conocer a tu marido- dijo dirigiendo a éste una amplia sonrisa.
La pareja agradeció el gesto del propietario del restaurante y se despidió de él. La ciudad les esperaba.


Fanálvaro escribe:

La panorámica desde el barco era realmente espléndida por lo que Alicia estaba entusiasmada dando explicaciones de todas las edificaciones y monumentos que iban dejando a su paso.
Con la permanente visión de la Torre Eiffel al fondo, desde la que parecía discurrir el río, habían admirado los Campos Elíseos, el Gran Palais, el Museo d'Orsay, y se estaban acercando al Hotel de Ville y a la iglesia de Notre Dame. Él la escuchaba con interés. Era de suponer que sería una buena guía pero no esperaba que conociese con tanto detalle los entresijos de la historia de París con el Sena, río del cual había nacido y se había extendido la ciudad.
Disfrutaba sólo con ver la energía y la alegría que desprendía su mujer. La quería. Sí, la quería muchísimo.
A pesar del calor de la tarde, Alicia sintió un escalofrío provocado por la brisa que corría en la cubierta y la humedad del río y enseguida se cobijó en Álvaro que, aliviado de estar en un país en el que no tenía que reprimir sus impulsos afectivos para mantener el decoro, aprovechó para estrecharla hacia si como nunca lo hubiese hecho en un lugar público de Madrid. Ella empezaba a sentirse realmente agotada y aunque necesitaba descansar un instante para recobrar fuerzas no quería dejarse abatir, quería vivir la emoción del momento.
Un pequeño, al que no parecían interesarle en absoluto las vistas de la ciudad, estaba poniendo en un aprieto a sus padres, que ya no sabían cómo entretenerle. Era muy gracioso y a ella le encantaban los niños, por lo que no dudó en atraer su atención y empezar a contarle una historia para calmarlo. La criatura quedó como hipnotizada en un santiamén y sus padres miraron a Álvaro con una expresión entre sorpresa y agradecimiento hacia su esposa. Él les correspondió con una sonrisa y, al igual que el niño, permaneció embelesado mirándola.
Esa imagen le llevó tiempo atrás, a aquel día en que cuando llegó a casa la encontró sentada en el salón explicando un cuento a su hijo Pedrito, tan ensimismado escuchándola como ese pequeño lo estaba ahora. Realmente tenía un don para los niños... bueno, y para los no tan niños también, pensó Álvaro. Alicia no dejaba indiferente a nadie. Por eso, a partir de aquel día su hijo empezó a preguntar por ella en todo momento y él tuvo que dar un giro al rumbo que estaba tomando aquella relación. No podía permitir que Pedrito se encariñase demasiado. Sabía que ella actuaba de buena fe, se habían hecho muy amigos, y la admiración que tenían ambos por su padre y sus ideas políticas, les había unido más de lo que cabría esperar de la relación entre un profesor y su pupila, pero como que además ella era tan espontánea y cariñosa, la situación empezaba a ser muy incómoda para él, teniendo en cuenta que por aquel entonces ya se sentía atraído por Alicia. Aunque no quería asumirlo, tan sólo era una chiquilla y, además, su alumna. Era, como mínimo inadmisible y por lo tanto, dada la rectitud de las formas que profesaba, un imposible.
Eso era lo que pensaba entonces, pero ahora que sabía que en aquellos días ella también sentía algo por él, no podía dejar de preguntarse qué habría sucedido si no hubiese reprimido sus sentimientos y hubiese dejado que la relación fluyera con naturalidad, sin barreras ni prejuicios. Sin duda -se decía a si mismo-, si hubiera estado más cerca de ella, no habría caído en brazos de Fernando. Pero también era cierto que las cosas habrían seguido otro camino y entonces, seguramente tampoco estarían ahora paseando en barco por el Sena...
Nunca olvidaría el día en que la conoció.


Mariarm escribe:

Aquel día parecía como otro cualquiera. Al llegar a la facultad, uno de los bedeles le dijo que el decano quería hablar con él a la mayor brevedad. Una vez en su despacho, el hombre, con aires de confianza, le comentó la posibilidad de supervisar unas tareas de mantenimiento que no acababan de ejecutarse. Le escuchó asintiendo, aunque por dentro se confesaba harto, ya que no eran tareas propias de la docencia pero sabía cómo se las gastaba su superior, así que no protestó y le dijo que miraría de hablar con los operarios.
Disimulando su enfado se acercó al empleado que en ese momento se hallaba en el pasillo y le comentó que era necesario resolver las tareas de mantenimiento pendientes. Éste le replicó que él hacía lo que podía mientras abría la caja de herramientas. Alvaro se inclinó y tomó algunas con la intención de resolver cuanto antes la cuestión que en esos momentos le ocupaba. Había dejado la americana y la corbata en el despacho y se hallaba en mangas de camisa para así poder maniobrar más cómodo.
Estaba comentando la tarea con el operario cuando de pronto vio que una joven morena se abalanzaba sobre él sin querer. Él la ayudó a recoger los libros que con el tropiezo habían caído al suelo, mientras ella le dirigió una sonrisa a la vez que miraba hacia el fondo del pasillo como temiendo la presencia de alguien no deseado. Enseguida comprobó que ella desconocía su condición de profesor y que, con cierta complicidad, empezaba a explicarle el motivo de sus preocupaciones. Tenía estilo y carácter, pensó él mientras la observaba entre complacido y divertido. Parecía contenta de haber contactado con alguien que intuía podía comprenderla. Recordó haberla contemplado con satisfacción mientras ella le explicaba lo que consideraba imperativos injustos relacionados con su condición femenina… él la escuchaba encantado y sonriente ....


Fanálvaro escribe:

Verdaderamente, el destino parecía empeñado en querer unirles y al día siguiente, volvió a encontrarla rodeada de libros caídos por el pasillo a causa de la mala intención de unos compañeros que la habían empujado deliberadamente. Al recoger uno de los libros, quedó gratamente sorprendido cuando vio que se trataba de un título de introducción al Derecho Romano, asignatura de la que él era profesor. Ella, que seguía tomándolo por un operario, advirtió su interés y le soltó un didáctico discurso sobre la necesidad de la existencia del derecho para la convivencia y en definitiva para la sociedad. Sin querer desvelar su estatus de profesor, Álvaro la escuchaba muy aplicadamente mientras en su interior disfrutaba de esa mezcla de ingenuidad, energía y encanto que poseía aquella hermosa joven.
En los meses que siguieron, muchas fueron las veces que añoró la complicidad y cercanía que había sentido con Alicia en sus dos primeros encuentros, ya que a partir del tercero, cuando él se presentó en clase como Álvaro Iniesta, profesor de Derecho Romano (momento en el que ella deseó morirse...), se alzó el infranqueable muro profesor-alumna que tanto condicionó su relación.
Estaban llegando al muelle del que habían partido, cuando el sol, que ya caía, empezó a esconderse tras unas nubes estivales que acababan de aparecer por aquel horizonte repleto de tejados. Se había formado una larga cola de gente que aguardaba pacientemente la lenta aproximación del "bateau mouche" en el que poder embarcarse para el paseo nocturno. La ribera del río estaba ocupada por decenas de paseantes que aprovechaban la última luz del día para disfrutar de las vistas desde ese lado de la orilla.
Al poner pié en tierra firme y pasar por entre todo aquel gentío que había en el muelle, Álvaro, instintivamente rodeó a Alicia por los hombros atrayéndola fuertemente contra sí, como temiendo perderla, cuando de nuevo, tal y como le había ocurrido en la estación al bajar del tren, se descubrió a si mismo pendiente de todos los rostros de los desconocidos que veía pasar a su alrededor. Era superior a sus fuerzas y se dijo que, irremediablemente, durante su estancia en París, tendría que soportar esa absurda y molesta angustia que le asaltaba con más frecuencia de lo que había imaginado. El temor a encontrar a Fernando.
- ¿Te pasa algo, cariño? ¿Estás mareado?- preguntó ella al notar su malestar.
- Bueno...un poco, pero no es nada, tan sólo es que todavía tengo la impresión de que todo se mueve. Era la primera vez que subía en un barco ¿sabes? Mi mayor hazaña como navegante se limitaba a un paseo en bote de remos por el Retiro - dijo echándose a reír.
- ¡Vaya! Parece que va a llover- dijo Alicia entre las risas de ambos después de que un relámpago amenazase tormenta.
-¿Llover? Diluviar diría yo - convino Álvaro al escuchar el potente trueno que siguió - ¡Corre, vamos al hotel!


Mariarm escribe:

Al entrar en la habitación, Álvaro se tumbó en la cama y fijó la mirada en el techo mientras se desbrochaba los botones de la camisa. Se sentía muy acalorado. Alicia se quedó de pie ante la ventana abierta, con una mano apoyada sobre el marco y la vista absorta en el exterior, inspirando profundamente el olor a tierra mojada que subía desde el pequeño jardín de la parte trasera del hotel. Ambos estaban cansados puesto que habían regresado caminando desde el café en el que se resguardaron de la tormenta. Él se incorporó y se acercó a su esposa, rodeándola con los brazos. Ella se volvió dirigiéndole una amplia sonrisa.
-¿Ya estás mejor? Antes me dejaste un poco preocupada.
-Sí, no sufras- contestó mientras empezaba a besarla.
Con los ojos cerrados, Alicia se abandonó a la proximidad de su aliento, al roce de sus labios paseándose por el cuello, a su tierno y firme abrazo a la vez… y a ese agradable escalofrío que le recorría el cuerpo.
-Qué hermoso es todo esto- dijo Álvaro, contemplando aquella magnífica panorámica.
Entonces pensó en cuánto amaba a su mujer y recordó tiempo atrás en que tanto parte de sus noches como de sus días se hallaban plenos del anhelo de ella, de añoranza por no estar más tiempo a su lado, de no poder compartir sus sentimientos con ella y la tortura de verla y no poder sincerarse, en el temor de que eso significara perderla. Y lo más difícil fue que ese sentimiento aún le embargase después de la boda y de la marcha de Fernando, cuando el único obstáculo que podía separarlos radicaba ya sólo en ella . Ésos fueron los peores momentos, los más duros, los más difíciles. Tenerla ahí y no tenerla. Tenerla tan cerca y saberla tan lejos -Álvaro acercó a Alicia aún más contra sí- pensó que no creía que ella pudiera llegar a imaginarse lo largas que eran sus noches, lo necesario que le resultaba abandonar su dormitorio y instalarse en el comedor, a la espera de que en algún momento ella también apareciera y así sentirse más próximo a la mujer que amaba con todas sus fuerzas... recordó la de veces que la envolvió mentalmente con sus brazos mientras intentaba mantener una conversación con ella, mientras le hablaba de su marcha con el hombre al que amaba. Cuánto dolor llegó a almacenarse en él cuando preparaba su partida, cuando se despedía de ella en la creencia de que eran los últimos momentos a su lado. ....
-Pareces triste, te has quedado muy serio- le dijo ella, que percibió el silencio de Álvaro.
-Pensaba en nosotros . Me siento bien, feliz, satisfecho.
-Quiero que sepas que yo también- le dijo ella, ya que la única preocupación que albergaba en esos momentos era que él creyera en su amor puesto que lo que había sucedido en los últimos meses había sido difícil y dio un vuelco insospechado a su vida a la vez que le acercó más a él, que ya era su amigo, su confidente, su punto de apoyo desde mucho antes. ¡Cuán necesario le era sin ser ella consciente de ello, cómo le buscaba cada vez que su pequeño mundo naufragaba! Entonces todo se hundió, la vida se hizo insoportable y ahí estaba él, para apoyarle, para hacerlo todo sencillo. Para ampararla. Él y los que le rodeaban, que sólo le habían dado cariño. Todo precisó de un tiempo para ordenarse, para tener forma, para derivar en su primera discusión de casados y en lo que vino después. No se arrepentía de nada y mucho menos de quererle tanto como le quería.
Álvaro la miró y, sin poder contenerse, la alzó en brazos, con toda la dulzura, cual peso leve, al tiempo que la depositó en el lecho. Alicia le deseaba tanto como él…que se inclinaba sobre ella con todo el amor y delicadeza de que era capaz.
Ella despertó, el calor de agosto en París y aquella humedad constante, eran sofocantes. Miró a Álvaro que completamente dormido reposaba la cabeza en su pecho y sonrió mientras pasaba los dedos por sus cabellos, amorosamente...


Fanálvaro escribe:

Muy a su pesar, necesitaba sentir un poco de aire. Se levantó con mucho cuidado, para no despertarle, y se acercó a abrir la ventana que habían dejado cerrada temiendo demasiada corriente. Al hacerlo, sintió una suave y refrescante brisa y, de nuevo, ese olor a tierra mojada. Estuvo un buen rato inspirándolo, lenta y profundamente, para que se le quedase grabado en la memoria. Así, durante el resto de su vida, se decía emocionada, cuando lo percibiese, recordaría todas las sensaciones e imágenes que la acompañaban en aquel maravilloso instante en el que el cielo se estaba despejando y una creciente luna asomando por entre las nubes, acababa de iluminar la habitación con una tonalidad azulada. Álvaro, que ahora dormía bocabajo, resaltaba sobre las sábanas y aquella luz dibujaba nítidamente el relieve de su cuerpo. Allí estaba, su amado y queridísimo profesor, tal y como había caído rendido después de hacerle el amor. Alicia se tumbó junto a él, recostada de lado, recorriendo con su mirada cada centímetro de su piel, cada pliegue, cada detalle. Por primera vez, le contemplaba de aquella manera ya que la tranquilidad de saberse fuera hacía que ambos actuasen con más naturalidad y se mostrasen más relajados. En casa, él nunca se quedaba desnudo sobre la cama, pensó, mientras disfrutaba, en la más absoluta intimidad, de aquella placentera visión.
La naturaleza había sido muy generosa con Álvaro. Era alto, de complexión atlética, de tez morena y con el cabello y los ojos negros. Sus rectas facciones revelaban la nobleza de su alma. Su mirada, profunda y honesta, y su amplia frente resultaban acordes con su sabiduría. Era un hombre tremendamente atractivo.
Notó que empezaban a cerrársele los ojos, por lo que recogió la sábana para cubrirse y se acurrucó junto a él, que al sentirla, y pareciendo adivinar sus deseos aún en sueños, la envolvió con su cuerpo de aquella manera tan suya a la que Alicia ya se había habituado y sin la cual no sabría dormir.



Capítulo 3

Mariarm escribe:

A la mañana siguiente después del desayuno, Alicia comentó a Álvaro la posibilidad de visitar a monsieur Laurent, un amigo de su padre y al que ella también conocía muy bien. Aunque era francés, se expresaba en un castellano más que correcto por lo que podría disfrutar de su conversación. Monsieur Laurent era un hombre de verbo fácil al que encantaba hablar de libros -dijo Alicia- y en especial de literatura española, materia en la que era casi un erudito. Álvaro empezó a acariciar la idea de conocerlo y mostró gran interés en realizar la visita que ella proponía.
El aparador de la tienda destacaba por un cierto desorden, repleto de libros de todo tipo aunque eso sí, con un apartado específico destinado a las últimas novedades editoriales. Sin embargo, desprendía un cierto orden dentro del caos. Tras bajar unos peldaños, entraron en el establecimiento y Álvaro descubrió que el local disponía de varios niveles y alguna tarima lo que daba al conjunto un aspecto singular a la par que encantador. Al fondo del local y enfrascado en la lectura de algunos ejemplares, se complació al observar la presencia de un hombre de algo más de sesenta años, de cabello blanco y lentes de montura fina, con un cierto halo de sabio despistado.


Fanálvaro escribe:

Era alguien muy especial para ella y en realidad fue quien despertó su curiosidad por la lectura puesto que, cuando era niña, solía sentarla en sus rodillas para contarle increíbles historias de mundos imaginarios con los que fantaseaba en su mente infantil y que luego podía ver con sus propios ojos en las ilustraciones de los libros que el mismo le regalaba.
Laurent no era el único amigo de su padre que les visitaba con frecuencia, sino que formaba parte de un selecto grupo de intelectuales y librepensadores que a menudo se reunían en casa de los Peña para debatir sobre política, leyes o literatura. Y así, Alicia fue creciendo en ese ambiente, en el que la libertad de expresión y la justicia eran una doctrina y en el que, cuando se atrevía a dar su opinión, se la escuchaba.
Camino de Madrid, su padre ya la había advertido de que allí las cosas eran muy diferentes y de que el papel de la mujer distaba mucho de lo que era tan natural para ella. Pudo comprobarlo y lo sufrió, no sin arrebatos de rebeldía y muchos llantos, conviviendo con sus tíos, una familia de convicciones muy conservadoras, católica apostólica romana y declaradamente adepta al régimen de Franco.
Su tía Regina, hermana de su madre, no sentía ninguna simpatía por su cuñado al que siempre había culpado de la muerte de aquélla a causa de haberse empeñado en quedarse en la capital durante la guerra. Pero en realidad su aversión hacia él era por una cuestión que guardaba en el fondo de su corazón y que nunca quiso reconocer abiertamente, el hecho de que Joaquín había escogido casarse con su hermana cuando ella estaba profundamente enamorada de él. En consecuencia, aunque sin ser consciente, Regina proyectaba su despecho en Alicia, a la que veía como la viva imagen de su madre, por su energía, su físico y sus ideas liberales.
Su tío, Hipólito Roldán, que se jactaba de ocupar un alto cargo en el Ministerio de Transportes, había prometido a Joaquín cuidarla como a una hija, por lo que era más condescendiente con ella, pero no tardó en dejar de mirarla como tal y poco a poco sus muestras de cariño empezaron a ser cada vez más incómodas para la muchacha que no acababa de comprender los sentimientos del que era entonces su tutor.
Alicia tenía además dos primos, Carlos y Matilde, casi de su misma edad pero con una educación muy diferente a la suya. Éstos la aceptaron de inmediato aunque sus opiniones chocaban con frecuencia y la forma de pensar y comportarse de su prima les sorprendía constantemente.
Matilde no podía entender por qué Alicia quería estudiar derecho si cuando se casase no le serviría de nada, considerando que entonces su deber estaría con su familia. Así era cómo la habían educado y vivía feliz en un mundo idealizado, ignorando por completo desde su ingenuidad, la cruda realidad que le rodeaba.
Carlos, algo mayor que su prima, enseguida se enamoró de ella. Era muy diferente a todas la chicas que había conocido y sobretodo, de la novia que tenía y que con la que sus padres tenían tanto interés que se casase. Sin embargo, su entusiasmo cambió cuando se sintió rechazado al declararle su amor y, por un tiempo, pasó a tratarla con desdén, haciendo todavía más difícil la nueva vida de Alicia en esa casa.
Todo eso quedó a atrás, ahora podía vivir libremente, acorde con sus convicciones. Había encontrado a alguien que la escuchaba, alguien con quien poder discutir abiertamente de cualquier tema, sin tener que callar por su condición de mujer.


Textos añadidos el 22 de mayo:

Mariarm escribe:
Miró a Álvaro mientras salían de la librería de monsieur Laurent, él era ese alguien que la comprendía, que la escuchaba atentamente, que estaba siempre dispuesto a compartir opiniones, a debatirlas si era preciso, siempre desde el máximo respeto y desde la comprensión. Sentía crecer cada día ese cariño, ese amor por su marido. Lo percibía como su máximo apoyo en el día a día, en los momentos cálidos que compartían y era consciente de que era el mejor regalo que la vida le había ofrecido tras tantos sinsabores.
Albergaba otras sensaciones, reconocía que le había tocado vivir en un entorno social difícil, un país que no ofrecía oportunidades a las mujeres, una sociedad que las sojuzgaba y donde ser de condición femenina llevaba aparejada - entendía ella- la obligación de subsistir a pesar de todo y de todos, no sólo en lo económico, sino en lo intelectual y en lo moral. Por eso valoraba doblemente la actitud y comportamiento de su marido, su apoyo sin fisuras, su respeto, su empatía y su comprensión para con sus puntos de vista. La vida le había mostrado sus dificultades, el superarlas la había hecho más fuerte y era consciente que tras ese paréntesis, ese respiro que ambos se habían dado para vivir su amor con tranquilidad y serenamente, era preciso volver a la tarea, a aquel país que ambos amaban a pesar de todo y en el que se hacía necesario enfrentarse a la rutina, él a su trabajo, ella a sus estudios y ambos en ese hogar donde Doña Marcela y el niño esperaban mucho de ellos y en el que todos juntos, conformaban ya una familia en que todos ocupaban un espacio único e insustituible y donde –por qué no decirlo- se respiraba cariño y armonía.
Todos esos pensamientos bullían en la cabeza de Alicia mientras de la mano de Álvaro paseaban por el bulevar, apretó la mano de él con fuerza, sintió por momentos que podría con todo, que superaría cualquier dificultad si Álvaro estaba a su lado y lo contempló esbozando una sonrisa, al tiempo que apoyaba su brazo en el de él.
Fanálvaro escribe:
Pensó en lo que había sentido hacía tan sólo un rato en el pequeño despacho que Laurent tenía en la trastienda. Ella lo sabía desde su primera noche de amor pero fue en ese momento cuando más patente se le hizo esa certeza. La ferviente conversación que estuvo manteniendo Álvaro con el estimado amigo de su padre acerca de los artículos que ella le había dado a leer, y el entusiasmo que desbordó al poder compartir sus ideas con alguien de tan elevado nivel intelectual, hizo que Alicia recordase a su padre en esa misma situación, hablando con Laurent, con ese mismo ímpetu al proclamar su sentido de la justicia. Antes se había emocionado pero había tenido que controlarse, sin embargo ahora podía dejarse llevar. Sin darse cuenta, se aferró aún más al brazo de Álvaro.
-Alicia… ¡Estás llorando!- dijo sorprendido al ver sus ojos llenos de lágrimas. No podía soportar verla sufrir y cualquier atisbo de ello disparaba todas sus alarmas.
-Sí…- respondió entre sollozo y sollozo del llanto que le había invadido tan repentinamente y al que se había abandonado echándose a los brazos de Álvaro - pero no es de tristeza, cariño, es de emoción.
-¿Y eso…?- preguntó secándole las mejillas. Estaba intrigado, desconocía lo que le sucedía pero no quería atosigarla y dejó que se fuera calmando poco a poco. Buscó un lugar algo más solitario y la condujo hacia el interior del patio de entrada de un antiguo edificio señorial. Allí, bajo un recoveco formado por una gran mimosa encontraron un banco en el que poder sentarse.
-¿Sabes…?- empezó a decir ella más sosegada.
-Dime, pequeña- Álvaro esperaba impaciente alguna explicación, pero ya no padecía porque veía que el rostro de Alicia estaba radiante.
-¿Te acuerdas de aquella vez, en la cafetería de la facultad, cuando te dije que no podía evitar ver la imagen de mi padre reflejada en otros hombres?- Él asintió, cómo no iba a recordar esas palabras… -Pues antes, cuando estabas hablado con Laurent, he visto a mi padre en ti… su mismo entusiasmo, aquella seguridad y firmeza al expresar sus mismas ideas, aquella fuerza que transmitía. Eso era lo que buscaba yo cuando te dije que sabía que ese hombre existía, no buscaba a mi padre en otro hombre pero sí aquellas cosas que tanto admiraba en él.- Álvaro no se atrevía ni a parpadear, quizás para no perderse ni una sola palabra de lo que estaba escuchando.- Tú eres ese hombre amor mío, lo sé desde hace tiempo pero es que hoy… ¡lo he visto tan claro! Y no sé, me ha entrado una mezcla de añoranza y alegría que me ha trastornado… no sé… me he emocionado, perdona, no quería angustiarte.
- Alicia, Alicia, Alicia…- volvía a tenerla entre sus brazos y sus manos no dejaban de acariciarla- ¿te acuerdas que te dije que algún día aparecería, verdad?- ella le miraba con aquella devoción que siempre le había profesado -Pues no sabes cuánto deseaba ser ese hombre... pero eras tan joven y te veía tan lejos, tenías tantas cosas por vivir que me sentía ridículo al pensar siquiera que pudieses fijarte en mí- Alicia sonrió.
- Recuerdo perfectamente ese momento- bajó el rostro y con cierto aire de timidez añadió- no tenías por qué sentirte ridículo… la verdad es que por un instante pensé que tú tenías algo de ese hombre. Fue un pensamiento que me asaltó de repente pero que enseguida descarté al considerarlo del todo descabellado- dijo levantando su mirada hacia Álvaro que la escuchaba estupefacto.- Ya ves, los dos, cada uno en su lado del muro, sentíamos lo mismo. Ahora me doy cuenta de todo, del porqué de todas mis reacciones… y de las tuyas también, de todos nuestros enfados. Tú me querías Álvaro, y yo también. Pero lo malo fue que yo no supe identificar mis sentimientos, ¡perdóname cariño, sé que te hice sufrir muchísimo!
- No mi vida, no. No me pidas perdón por eso. Fue culpa mía. Fui yo el que puso distancia entre nosotros. No dejé que te acercaras más a mí porque temía hacerte daño. Te quería muchísimo, pero te respetaba más, ya lo sabes. Fui yo quien impidió que reconocieras tus sentimientos ya que nunca te mostré los míos. No me pidas perdón Alicia- repitió mientras la iba besando dulcemente por todo el rostro- Acabas de hacerme el hombre más feliz del mundo… acabas de decirme que ese hombre que buscabas, ya entonces era yo. Te quiero Alicia, te quiero muchísimo.- Ella no pudo contestar porque Álvaro la estaba besando apasionadamente.
Texto anñadido el 30 julio 2009
Mariarm escribe:
Continuaron caminando por el bulevar, buscando algún restaurante para comer. Andaban relajados y tranquilos, disfrutando de su estancia en la ciudad. Cogidos de la mano, observando los comercios, las terrazas, la gente que paseaba arriba y abajo…. no había transcurrido mucho tiempo desde el final de la guerra pero sus huellas eran casi imperceptibles, no sucedía como en Madrid, donde las ruinas aún estaban presentes en muchos lugares y la escasez y las privaciones, a pesar del tiempo transcurrido, eran patentes casi en cada rincón. No obstante ése era el lugar al que quiso volver su padre y al que la llevó. Valoró la actitud de él, sus acciones y pensó en lo que le había llevado a tomar esa decisión. Sin duda el cariño por sus orígenes, el deseo de mejorar aquello que amaba y que hubo de abandonar muy a pesar suyo. Por eso, por ese amor hacia su país, llevó consigo también a lo que más amaba, a su hija. La llevó a aquella tierra inhóspita, dura y triste muchas veces, pero hermoso. Y ella hubo de adaptarse a trompicones, casi a la fuerza, teniendo que superar la ausencia del padre y conformarse con ser una compañía no siempre deseada entre la única familia que le quedaba. Todo había sucedido de una manera extraña, terrible a veces, pero todo eso le había conducido hacia la persona que ahora ocupaba sus pensamientos, el hombre al que amaba ya sin dudas, sin objeciones.
Finalmente entraron en un pequeño restaurante que Alicia ya conocía porque era bastante popular. Se acercaron a una de las mesas dispuestas en el rinconcito más apartado y tranquilo del local. Álvaro pensó que era un buen lugar, ideal para comer y a la vez conversar tranquilamente y retiró la silla mientras con un gesto invitó a Alicia para que tomase asiento.
-Álvaro- dijo Alicia- antes de marcharnos de París me gustaría que conozcas los jardines de Luxemburgo, hay unos tilos muy hermosos bajo los que es agradable descansar. A mi padre le encantaban y espero que a ti también te gusten – miró el gesto tierno de su marido que la escuchaba atentamente y continuó- sabes… ¿te acuerdas de aquel día poco después del atentado cuando interrumpiste una clase debido al ataque de nervios que sufrí?
-Sí – contestó él de inmediato- recuerdo las protestas de algunos alumnos, pero no me importaron, sólo pensaba en ti. En lo que podía hacer por ti, así que fui a buscar un vaso de agua a la cafetería, casi de inmediato. ¡Cuánto sufrí esos días siendo consciente de tu malestar y sin saber apenas cómo ayudarte, yo que no podía pensar en nada más que en ti!
-Pero no me trajiste agua…sino una tila,- puntualizó Alicia con una sonrisa mientras tomaba la mano de Álvaro -estaba tan angustiada que no sabía qué hacer y tú me diste el consuelo y apoyo que precisaba, me dijiste que no podías substituir mi familia pero que podía contar contigo. Fue en esos momentos cuando recordé a mi padre bajo los tilos, los tilos de los jardines que te he comentado. Recuerdo que sentí paz y te agradecí de todo corazón tus desvelos, tus preocupaciones y lo bueno que eras conmigo. Fuiste el refugio sereno que precisaba, sin imaginar ni por un momento hacia qué lugar común se encaminaban nuestras vidas.
-Alicia- dijo él mientras le acariciaba la mejilla -no podía hacer otra cosa y al mismo tiempo, no sabía qué hacer ni cómo actuar, también yo me sentí perdido, cuándo tú te sentías mal, también yo acusaba esa tristeza, esa desazón. Me dolía más tu dolor que el mío propio. Ahora ya pasó todo y estamos aquí, uno junto al otro, en esta ciudad maravillosa.
Al escucharle, se sintió propietaria de todas las certezas, con Álvaro no había dudas ni inquietud. Se dijo a sí misma que eso precisamente era lo que más le había ayudado a superar los malos momentos, apretó su mano con fuerza mientras comprobó con satisfacción que el “garçon” se les acercaba para preguntarles qué deseaban…
Fanálvaro, escribe:
Álvaro estaba secándose las manos en el servicio de caballeros pensando en lo que ella le acababa de decir y también en lo que le había contado cuando se había echado a llorar. Le agradaba escuchar de sus labios las palabras que había anhelado su corazón en aquellos días tan difíciles para ambos.
Absorto en sus pensamientos, por unos momentos había perdido la noción del tiempo y al darse cuenta de ello, se apresuró a salir, agobiado por la idea de que quizás la había dejado sola demasiado rato. Tomó el pasillo casi corriendo, tropezando con un individuo que le reprochó su ímpetu y hasta parecía que tenía ganas de discutir pero al que no hizo ni caso. Y cuando, ansioso como estaba, abrió la puerta que daba al comedor buscando con la mirada la mesa en la que había dejado sentada a Alicia, se le heló la sangre. La mesa estaba vacía y ella estaba en pie, junto a la entrada del restaurante, hablando con él. Con Fernando.
Se le encogió el corazón de tal manera que apenas podía tomar aire para enfrentarse a lo que tanto había temido. Por unos instantes se quedó inmóvil. Fue consciente de que había considerado esa posibilidad y era algo que le angustiaba pero no creyó que fuese a suceder y ahora no estaba preparado para ello. No podía ver la expresión de Alicia porque su cara quedaba tapada por Fernando, que estaba de espaldas a él, con lo cual ninguno de los dos se había percatado de su presencia y seguían conversando animadamente.
Comenzó a acercarse a ellos y con cada paso que daba sentía con más intensidad morirse por dentro puesto que los fantasmas que tanto le habían acechado se estaban manifestando en su mente resonando al unísono con mil voces diferentes… y cada una de ellas decía algo que le ahogaba todavía más. –“No podría, no podría soportar perderla, ya no podría respirar sin ella… no podría, no Dios mío, no”- pensaba justo cuando Alicia le vio aparecer.
-¡Álvaro!- exclamó –Ven, mira, quiero que conozcas a Robert, es el hermano mayor de Nicole, mi mejor amiga en el liceo…
Acababan de sentarse de nuevo en la mesa y Alicia no dejaba de parlotear sobre su amiga. ¡Lo que le hubiera gustado verla! Pero resultaba que no estaba esos días en la ciudad, qué lástima, suerte que su hermano le había dado su nueva dirección y podría escribirle…
-¡Álvaro….!- exclamó mientras éste se bebía de un solo trago la copa de vino que le habían servido estando él en los aseos -¿me estás escuchando?
-Perdona, ¿decías? – respondió en tanto que se disponía a servirse otra copa.
Alicia notó que le temblaba el pulso y que parecía no estar allí. Cuando le presentó a su amigo ya le notó algo turbado pero creyó que era debido a que no dominaba el idioma y sabía que eso le cortaba bastante.
-¿Qué te pasa cariño?- ella no sospechaba ni de largo el susto que acaba de tener su marido y no entendía nada - ¿Acaso te ha molestado que me haya levantado para saludar a Robert?
-No… no, mujer ¿Cómo puedes pensar eso? Nada, no es nada, no pasa nada- Álvaro sabía que no podría disimular ante ella pero no se atrevía a decirle lo que le acababa de suceder. Él mismo se avergonzaba de sus miedos y no se le ocurría nada para tranquilizarla. Estaba aturdido y enfadado consigo mismo. Con la mirada baja, jugueteaba con la alianza haciéndola girar sobre si misma mientras intentaba dar con alguna excusa. Ella conocía muy bien ese gesto y supo que algo no iba bien.
-¿Cómo que no es nada? Acabas de beberte la copa de un trago y estás temblando… ¡Parece que hayas visto un fantasma! Me lo vas a contar o es que vamos a empezar a tener secretos…- Alicia empezaba a estar realmente molesta con tanto misterio y él tenía que darle alguna respuesta, sin embargo permanecía con el rostro caído debatiendo interiormente si decírselo o no. Alicia le observaba cada vez más asustada.
-¡Álvaro…!- insistió
-Bueno… en realidad ha sido sólo una tontería…- respondió él alzando por fin la mirada.
-¿Una tontería? ¿Pero qué clase de tontería te ha dejado en este estado?
Álvaro se incorporó hacia delante para estar más cerca de su mujer al tiempo que le cogía las manos alzándolas hasta a su rostro. Necesitaba su contacto para volver a sentirse enteramente suyo. Ávido de consuelo, cual pequeño que despierta de un mal sueño.
-Ha sido horrible Alicia… - ella seguía sin comprender pero ya no se mostraba molesta. Ahora percibía su llamada y esperaba con ansia que él consiguiese sincerarse –. Verás, al salir del baño y ver que estabas hablando con ese chico… bien pues… mi subconsciente, me ha jugado una mala pasada - Alicia no dejaba de mirar los ojos de Álvaro que ahora parecían suplicar perdón- y la verdad es que he creído que era Fernando- dijo buscando todavía más el contacto de su esposa que, llena de ternura, no tardó ni un instante en acercarse aún más hacia él para ofrecerle la caricia de su rostro.
-¿Y qué? ¿Y qué si hubiese sido Fernando?- preguntó ella mirándole fijamente. No podía permitir que él continuase albergando esa clase de miedos- ¿De verdad piensas que si ahora apareciese él, cambiaría algo entre nosotros?- dijo con dulzura.
-Perdóname mi vida, pero es que…- empezó a disculparse Álvaro.
-No Álvaro, no, –le interrumpió Alicia, ahora con contundencia- no puede ser que sigas atormentándote por la relación que tuve con Fernando. Esa historia forma ya parte del pasado, sabes perfectamente lo mucho que te quiero, te lo dije por primera vez en la facultad y no me cansaré de repetírtelo nunca, cariño- él hizo un ademán de réplica pero ella no le dejaba hablar- Me enamoré como una tonta sí, ya lo sabes, pero también sabes que cuando me brindaste la posibilidad de llevarme con él, elegí quedarme contigo y fue porque me di cuenta de lo mucho que te quería y de que no soportaba la idea de alejarme de ti.
Cuando preparábamos la huída me sentía muy confundida, ¿sabes? Una parte de mí quería irse con Fernando pero al mismo tiempo me entristecía marcharme. Yo pensaba que, a pesar de todo lo que había pasado, era por el miedo a echar de menos lo bueno que había encontrado en Madrid y por la incertidumbre de mi futura vida, claro. Además, me asaltaban muchas dudas porque ya no sentía esa ilusión por marcharme como la que tenía cuando fui a despedirme de ti. En aquellos días, todavía no atinaba a ver que lo que de verdad me entristecía era separarme de tu lado, y luego, cuando dijiste que podíamos anular el matrimonio pues no sé… algo en mi se vino abajo. Me sentía muy bien contigo cariño, y en el tiempo que llevábamos conviviendo descubrí que eras un hombre extraordinario. Ya no eras sólo el profesor que tanto admiraba, ¡eras tan dulce…! con tu hijo… con tu madre… conmigo. La posibilidad de perderte se me hizo un abismo Álvaro. Fue cuando empecé a abrir los ojos y a comprender que eras tú el hombre de mi vida. Supe que nunca podría olvidar a Fernando por todo lo que vivimos juntos y que siempre le llevaría en el corazón, pero también entendí que había estado enamorada de alguien a quien apenas conocía. Yo nunca podría ser feliz con quien no pudiese confiar Álvaro, y si ahora mismo entra Fernando por esa puerta, o por cualquier otra en cualquier otro momento de nuestras vidas, no va a cambiar nada entre tú y yo. Quiero que te quede bien claro, ¿de acuerdo?
El atardecer tocaba su fin y poco a poco las luces se iban encendiendo en París. Desde el piso más alto de la Torre Eiffel, Álvaro contemplaba maravillado cómo aquella preciosa e inmensa ciudad brillaba bajo su mirada cada vez con más intensidad. Nunca en su vida había presenciado semejante espectáculo y pensó que era el mejor marco en el que se podía encontrar en ese preciso instante en que su corazón se sentía en el mismo cielo. ¡Qué más podía pedir!
Apoyado en la barandilla del mirador tenía a Alicia envuelta entre sus brazos mientras ella permanecía en silencio disfrutando del resplandor de su querida ciudad y del cálido abrazo de su marido.
-Por favor señor, vamos a cerrar….- alcanzó a entender Álvaro entre otras palabras de las que el empleado del mirador de la torre, le estaba diciendo. Al girarse para ver quién le hablaba, Alicia quedó al descubierto y el empleado se sorprendió al verla aparecer. Les dedicó una sonrisa y mientras se marchaban murmuró:
-Oh lalá, el amor… aprovechad la noche pareja, que para vosotros acaba de empezar…
-¿Qué ha dicho?- preguntó Álvaro.
-Luego te lo cuento- contestó Alicia aguantándose la risa- anda, vayamos al hotel.



Texto añadido el 31 de agosto de 2009
Mariarm escribe:
Avanzaban por la Avenida camino del hotel y Alicia, al lado de Álvaro revivía emocionada los últimos instantes en la Torre Eiffel, los últimos comentarios de ambos, los últimos gestos y fue ese sentimiento el que le llevó a rememorar la vuelta a casa tras la declaración de ella en la facultad . Los besos y los abrazos al llegar y la sorpresa disimulada de Doña Marcela ante la actitud de ambos y cómo ésta, con esa sabiduría que sólo dan los años, supo inventarse una excusa a tiempo para ausentarse de la casa y justificar también la ausencia del niño, sabedora de la necesidad de acercamiento e intimidad de la pareja.
Recordó el placer que les producía ese nuevo espacio de intimidad recién inventada y cómo los objetos de la casa se veían desde otra perspectiva. Cómo el sofá ya no sólo era una parte del mobiliario en que encontrar acomodo, sino el espacio en que los dos, muy juntos, casi fundidos en uno, compartían pareceres, opiniones y disertaban sobre todo aquello que mereciera interés, Alicia fundida entre los brazos de él y apoyada en su pecho. Cómo la mesa ya no era sólo el lugar en que descansaba el libro o el plato durante la comida, sino el espacio en que uno frente al otro, con los codos apoyados, divertidos, comentaban y reían las propias ocurrencias. Así que cuando Doña Marcela desapareció por la puerta, brotaron las palabras como un incontenible río de lava. El día, que transcurrió feliz y sosegado dio paso al atardecer en que Álvaro, levantándola en vilo, la llevó hasta el dormitorio y depositándola suavemente sobre el lecho, le despojó poco a poco de la ropa , mientras con las yemas de los dedos recorrió aquella piel, aquel cuerpo que se le ofrecía sin dudas y cómo ella respondía al gesto de él con todo el cariño y entre susurros le decía una vez más cómo le amaba y el placer que le producía aquella intimidad reciente y dar rienda suelta al deseo apenas reprimido…
Alicia observó que cuando pensaba en Álvaro, habitualmente lo recordaba en el comedor, con los codos apoyados sobre la mesa atento a lo que leía, ávido siempre de conocimientos, de ampliar su bagaje, abstraído en la lectura. Reconoció que le apetecía esa imagen de él porque formaba parte intrínseca de su manera de ser y de hacer. Ella lo contemplaba con ternura y el mismo sentimiento le embargaba cuando acercándosele desde atrás la rodeaba con sus brazos y estampaba un beso en la mejilla de Álvaro, que siempre agradecía ese gesto, se sabía querido pero no le importaba que las muestras de cariño de ella se lo recordasen.
Mientras continuaban por el bulevar, Alicia pensaba en cómo le gustaba esa manera de ser tan francesa, tan propicia a disfrutar de las cosas agradables de la vida, de un paisaje bonito, de los cuidados jardines, de los placeres de la buena mesa, de los días de sol como de los grises, del encanto de los puestecillos de frutas y verduras y esa convivencia distendida que invitaba a disfrutar del barullo de sus calles, del olor que emanaba de las “boulangeries” así como de los cuidados escaparates de las chocolaterías .
Era esa ciudad y ese país que habían emergido con fuerza y con deseos de sobreponerse a un reciente y terrible pasado. Al lado de Álvaro no podía evitar la necesidad de hacerle notar nesos pequeños detalles que en su conjunto conformaban el país, su manera de ser y su manera de hacer. Álvaro escuchaba atento los comentarios de ella y no pudiendo contener la emoción que verla tan feliz le provocaba, atendía a cuanto ella dijera sin dejar de mirarla.
Él temía la vuelta a Madrid, aunque también la deseaba. Necesitaba saber en qué medida y de qué manera encajarían las piezas de esa vida en común apenas iniciada, ensamblaje que precisaba de un tiempo para asentarse y tomar forma. Quería que ella acabase sus estudios sin que nada perturbase esa opción que ambos consideraban primordial pero también sabía –aunque ella no ignoraba esa circunstancia- que las inquietudes de ella y su ansia de justicia podrían incidir en ese futuro que él deseaba para ella, pero también por eso la amaba como nunca lo había hecho ya que precisaba de su rebeldía, de su inconformismo como contrapunto a la natural tendencia de él a la prudencia por otro lado, tan consustancial al carácter de él avezado a desenvolverse ante circunstancias difíciles. Pensaba en el futuro de ella y deseaba lo mejor para que su tenacidad y capacidad de trabajo se vieran compensados pero egoístamente –creía él- también deseaba una convivencia familiar en que el papel de ella –que ya era importante– cobrase un protagonismo mucho mayor, potenciado éste por la necesidad que sentían de Alicia doña Marcela y el niño.
Sería lo que ella quisiera –pensó Álvaro- y en todo caso, los tendría siempre a su lado, queriéndole como la querían. No preveía un futuro fácil porque tampoco era la vida de Madrid pero unidos podrían afrontarlo y superar los avatares de la vida.
Texto añadido el 7 sep 2009
Fanálvaro escribe:
Alicia, como de costumbre, se había dormido arropada en el abrazo de Álvaro, que aunque se sentía cansado y sus párpados comenzaban a pesar, no quería dejar que el sueño le privase de seguir gozando de la felicidad que le embargaba. Para vencerlo, acariciaba sin cesar la prenda que ella le había regalado y revivía en su mente cada momento de las últimas horas de un día que no olvidaría jamás…
Al llegar a la habitación del hotel, él enseguida se había acomodado sobre la cama para descansar y disfrutar de la compañía de su mujer.
- Ven aquí- le dijo con voz queda tendiendo su mano hacia ella y mirándola con aire seductor. Quería abrazarla, sentirla, tenerla. Sabía que cuando le ponía esos ojitos, siempre le respondía cariñosamente. Pero esta vez no fue así.
- Espera- contestó ella dirigiéndose hacia el armario. Alicia notaba que esa noche era especial. Ambos flotaban inmersos en una embriagadora burbuja que les pertenecía sólo a ellos. Y la luna, el aire, el sonido lejano de una romántica música de organillo, todo lo que les rodeaba, también estaba ahí sólo para ellos.
- ¿Y eso?- dijo al ver que se le acercaba con un paquete envuelto en papel de regalo en la mano y una tímida pero pícara sonrisa en su rostro.
- Es para ti. Lo he comprado en las galerías cuando estabas en los probadores - dijo divertida.
- ¡Vaya! Ahora entiendo porque te has empeñado tanto en que querías verme con ese traje...
Esa tarde habían entrado en las Galerías Lafayette con la intención de comprar algún regalo para Pedrito y doña Marcela. Lo pasaron en grande admirando la cantidad de artículos que se exponían en ese emblemático establecimiento. Al pasar por la sección de caballeros bromearon un buen rato probándose todo tipo de sombreros y cuando Alicia ayudaba al amable dependiente que les atendía a colocar los sombreros en su lugar, vio como Álvaro se detenía a mirar una bufanda que lucía un maniquí ataviado ya con el avance de la temporada otoño-invierno.
-¿Te gusta?- preguntó ella.
- Pues sí, y es muy suave- respondió mientras la tocaba con cuidado. Era de buena lana, de fondo crudo cubierto por cuadros escoceses en claros tonos verdes y azules.
- Es preciosa, comprémosla- dijo Alicia.
- No, no - se apresuró a contestar él- sólo la estaba mirando, tampoco me la voy a poner ahora… ¡Con el calor que hace, mujer…!- Álvaro no se caracterizaba precisamente por ser una persona caprichosa y aunque le gustaba mucho, nunca gastaría para él en algo que no necesitase. Luego ella quiso que se probara un traje, e insistió tanto que al final acabó cediendo.
- ¡La bufanda!- exclamó Álvaro al abrir el paquete- Pero cariño ¿Cómo…?
- Shsss… no digas nada- le interrumpió- quería regalártela en Navidad, pero algo me ha dicho que tenía dártela ahora- se había sentado junto a él, quien medio incorporado apoyado en un confortable cuadrante y visiblemente ilusionado, estaba sacando la prenda de la caja -hoy ha sido un día inolvidable y he pensado que este regalo tenía que formar parte de él- añadió Alicia.
- Gracias vida mía, gracias- dijo Álvaro mirándola con una sonrisa llena de dulzura, mientras ella tomaba la bufanda y la colocaba alrededor de su cuello.
- Te sienta divinamente- se echó un poco hacia atrás para observarle mejor y con la expresión de quien contempla algo maravilloso, exclamó satisfecha- ¡Pero qué guapo estás!
-Tú sí que eres guapa- respondió en voz baja. Luego la atrajo hacia si para besar sus labios. Tan suaves, tan tiernos... Y después, sin separarse un ápice de ella, quedó atrapado en sus ojos. Aquellos ojazos castaños que hacían de él lo que querían y que ahora, por fin, sabía con certeza que eran del todo suyos.
Alicia se hallaba igualmente perdida en la mirada de Álvaro. De un Álvaro que, desde hacía unas horas, había aterrizado en el privilegiado mundo de los que se sienten totalmente amados. En ese mundo en que todo tiene más esplendor, en el que te sientes intrépido y con el valor de luchar contra los mayores gigantes. Y en el que te invade la necesidad de proclamar a todos los infelices que no dejen nunca de creer en el amor.
Así se sentía Álvaro y por eso aquella tarde, para sorpresa y agrado de Alicia, se comportó de una manera muy inusual en él. No tuvo reparos cuando, al salir del restaurante, le había asaltado el impulso de besarla en plena calle. Ni cuando en el probador de los grandes almacenes, la abrazó tal y como lo hizo. Ni tampoco cuando subían en el ascensor de la Torre Eiffel y acarició discretamente su cuerpo, aprovechando la ocasión de saberse escudado por una masa de gente más atenta a la excitante experiencia de aquel viaje vertical que de lo que ocurría a su alrededor.
Y no es que hasta esa tarde Álvaro dudase del amor de su esposa. Todo lo contrario. Se sentía muy querido, pero hasta entonces no había llegado a comprender los motivos de aquel cambio -tan repentino para él- en los sentimientos de Alicia. Y no quería pedirle explicaciones porque temía que se ofendiera. Como la vez en que después de su primera noche de amor, se ofreció a llevarla con Fernando, pensando que lo que había sucedido entre ellos podría haber sido un error. Pero ese día, con lo que le dijo al salir de la librería y luego en el restaurante, había entendido que ella siempre le había amado y que durante esos días de convivencia en los que tuvo que luchar estoicamente para ocultar su sufrimiento, ella estaba descubriendo -no sin poco desconcierto- que de quien realmente estaba enamorada era de él.
La música sonaba más clara en el silencio que se hizo entre los dos. Seguramente, no muy lejos de allí, otros amantes bailaban al son de esa preciosa melodía pero ellos seguían mirándose fijamente, dejándose embriagar por el deseo. Compartían el gusto por dejarlo crecer y crecer... ya que cuanto más intenso se tornaba, más cálidos eran luego sus besos, más tiernas sus caricias, más susurrantes sus palabras de amor.
Álvaro alargó la mano para alcanzar el interruptor de la lámpara de la mesilla, permitiendo así que fuese la luna la que iluminase la alcoba. Alicia se acomodó junto a él y, al hacerlo, la caja y su envoltorio cayeron al suelo. Un poco más tarde, ambas cosas quedaron cubiertas por un ligero vestido de mujer.
Teniéndola entre sus brazos, Álvaro quería gozar al máximo de cada instante de placer. Y con cada uno de ellos, uno tras otro, ir abriendo un sinuoso camino hasta llegar a la cumbre. Pero subiendo despacio, muy despacio. Deteniéndose en los valles, contemplando los paisajes. Deleitándose con cada paso y retrocediendo, de vez en cuando, para hacer el camino más largo.
Alicia recibía con gusto la lenta ascensión de Álvaro, dejando que el contacto de sus manos y sus cariñosos labios, abriesen aquellos senderos nunca antes explorados.
Escalando el último tramo sonreían extasiados y mirándose a los ojos, los dos juntos descubrieron que también se ven las estrellas desde cima del cielo.
Álvaro ya dormía plácidamente con Alicia entre sus brazos (y la bufanda en la mano).
FIN




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